ANTUCO

Aún no estoy muerto,
no estoy rendido,
sin embargo estoy ya helado,
congelado,
frío,
como el alma del que me envió sin conocerme,
sin preguntarme,
sin abrigarme.
La cobija blanca se abalanzó sobre los cascos,
como ángel de alas gigantes, albas,
compactas y frías,
como la certeza de lo inevitable,
Y fue oscuro a nuestros ojos,
Si, fue el de la muerte, ¡si!, no el de las buenas nuevas,
el ángel negro de la muerte blanca,
Todos tan desprevenidos,
todos tan temerosos,
todos tan abandonados,
Se confundió el verde de las reglas y las conductas, con el pálido reflejo del último suspiro ahogado por el inmaculado color de la muerte,
acá en las montañas lejos de casa,
lejos de los abrazos y los besos de la madre, el padre y el hijo.
Me largaré sin saber por que,
me marcharé sin haber despedido mis verdades,
sin dar lo que quise y sin obtener lo que añoré,
Ahora estoy muerto y mi cuerpo inerte no es más que un aderezo de vergüenza en la ensalada histórica que crece y crece acaparando el sentido y quitándole razón a mi ausencia inesperada,
sin embargo,
volveré cada cierto tiempo y pasearé junto a los que me acompañan, esperando hasta que se derrita el tiempo y sea hora de la venganza pura y de primavera, que no es maldita por que viene a reclamar el justo precio de los injustos.
Volveré,
volveremos como un ejercito de remembranzas,
esgrimiendo espadas de verdad y se reirán aquellos que nos amaron y lloraran cristales los que cavaron nuestra tumba blanca.



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Parece una boludez, pero tengo mucho frío hoy.